TOBY PRICE, EL CAMPEÓN QUE ESTUVO A PUNTO DE QUEDAR PARAPLÉGICO

Tres años atrás, Toby Price (Singleton, Australia, 1987) maldecía la cama en la que, inmóvil, debía resolver una duda cruel: endeudarse para toda la vida o jugarse la columna vertebral. En su país natal, siendo adolescente, había dominado todas las competiciones fuera de pista y, al lanzarse a conquistar la meca, Estados Unidos, sufrió el accidente más grave de su ya peliaguda carrera. En el National Hare and Hound, un campeonato de dirt track celebrado en el desierto de California, otro piloto le envió contra las protecciones y, en el impacto, se rompió tres vértebras.

La operación se anunciaba urgente, la factura era considerable, 500.000 dólares, más de 450.000 euros; de ninguna manera podría esquivar el peligro. Finalmente, aterrado, agarró una aparatosa protección cervical, dirigió una ambulancia al aeropuerto y optó por soportar un comprometido vuelo de 14 horas.

Motorista desde los dos años, hijo de John, campeón de Australia de buggys off-road, ya se había partido, en otros percances, las dos muñecas, varias costillas y la mayoría de dedos. Tamaño expediente médico amenazaba su progresión. Muchos como él se quedaron por el camino con los huesos destrozados, pero Price aguantó: finalizada una intensa rehabilitación, retomó el desafío yankee, y en su primera carrera, la Red Bull Day in the Dirt (llorada ya la muerte de su ex compañero Kurt Caselli), acabó segundo.

La poderosa marca KTM, con su equipo en plena regeneración, empezó a promocionarlo y, al ver que conseguía acabar octavo el Rally de Marruecos, decidió enviarle al Dakar. Debutó el año pasado y, antes de llegar a Argentina, todo el mundo ya asumió conocerlo: otro joven alocado, otro lejano prodigio, pura gasolina, pura velocidad, iba a romper, seguro, el motor en la tercera etapa.


No podían estar más equivocados. «Quiero acabar entre los 15 primeros», anunció y con los consejos de su compañero, Marc Coma, cinco veces campeón, ganó una etapa y finalizó en tercer puesto. La sorpresa fue mayúscula: no sólo era rápido, también podía ser regular, esquivar los errores de navegación y cuidar la mecánica de su moto. Este año, ya sin Coma, retirado, dejó que las apuestas se volcaran en Joan Barreda, que rompió de nuevo en el salar de Uyuni, esperó el adiós de Paulo Gonçalves (tremenda decepción de Honda) y se centró en controlar la prueba cuando realmente importa, en la segunda semana. Su primer perseguidor, su compañero Stefan Svitko quedó a más de media hora de distancia y el tercer clasificado, Pablo Quintanilla, de Husqvarna, a más de 45 minutos. El primer español fue Gerard Farrés, octavo, y Laia Sanz acabó decimoquinta.

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